De un tiempo a esta parte pensaba
que tenía grandes problemas sexuales. De
alguna manera creí que se gastó la vagina o los orgasmos se agotaron. Tanto darle y darle a la pobre cabra, se
fundió la máquina. Después alguien sugirió
que se me soltó el tornillo sexual, así que procedí a tratarme la mente. Pero tampoco estaba ahí el problema. Entonces sugerí la posibilidad de mi
jubilación sexual.
Sentarme en la banca de la plaza
a esperar que las telarañas comenzaran a carcomer a este pobre y ardiente human
body. A los 33, esto es una aberración,
pero créanme, los míos están bastante más cargaditos que algunas de las féminas en este país. Como mi curriculum está
bastante “cargado” de recomendaciones, decidí que el mundo descansara de mi
lujuria y dar cabida a las nuevas generaciones para las expresiones amorosas
varias. Después de todo después fui
bastante feliz con mi ex quien dentro de lo que pudo me dejo satisfecha y por
último tenía mis memorias sexuales para compartir con la humanidad (porque a
mis nietos ni muerta les digo que era como tonta para darle)
Sin embargo, llegó mi “salvadora”
última cena. Mi nunca bien ponderado
asado uruguayo. Literalmente,
salvador. Para ser la última,
memorable. Después de ello las
experiencias no eran tan memorables, más bien desagradables o de plano fomes.
Nada que hacer... ¡jubilación
asegurada! Una lástima tener que despedirme de los placeres del sexo después de
pasarlo tan bien, y como de resignada tengo lo mismo que sumisa, o sea NADA; me
embarqué en la recuperación de mi sexualidad o al menos darle una digna
retirada. Recuperación que no tuvo nada
de agradable… porque cada pastelito que me encontré en la aventura me convencía
que el retiro no era una opción personal sino una decisión forzada por el
medio, ya que los “seudo amantes” con suerte daban besos decentes. Unos que se las daban de románticos y no
llegaban ni a primera base; otros se las daban de ardientes y jugados, que el
partido no les duraba ni 2 minutos después de tocarte una pechuga. ¿Qué hacer
ante eso? resignarse al retiro. Pero el
día menos pensado llegó la solución, literalmente de Europa.
Un amante caído del cielo, la
resucitación de mi vida sexual. Ahí caí
en cuenta que el problema no era yo, ni que era exigente, ni nada de lo que
todos trataban de convencerme… los hombres chilenos son pésimos amantes. ¡¡¡Con base científica!!! , después de un
largo estudio que llevó años, hice un recuento de mis amantes extranjeros y
realmente mi sexualidad europea, norteamericana y sudamericana (exceptuando
Chile) era más que satisfactoria. Una
lástima. Es claro que interpreté mal a
mi ídola Rafaella Carra cuando dijo “PARA HACER BIEN EL AMOR, HAY QUE VENIR AL
SUR”; claramente se refería al sur de Italia, donde lejos tuve a mi mejor
amante.
Acá los tipos con suerte duran 20
minutos… y eso si llegan a durar. ¡Qué
triste! 20 años en este país para que la verdad me choque en la cara. Ahora sí que mi sexo murió. Si hasta los vibradores de “UN TOQUE DE
PLACER” son lejos más satisfactorios y útiles.
No lo tomen como protesta, tal
vez hace falta dedicación. Porque como amante soy dedicada y creo que un poco
de reciprocidad no estaría demás.
Ustedes saben que desde que comencé el blog mi vida sexual fracasó por
el miedo de mis amantes de aparecer retratados en él, y no los culpo. A nadie le gusta tirar con una mina que va a
terminar diciendo que es un tema pendiente en cuanto a sexualidad.
Pero yo en el fondo, les tengo fe
a los hombres chilenos y creo que tarde o temprano se reivindicarán. ¿Cuándo? No lo sé, pero acá estoy en la banca
de la plaza esperando a que aparezcan